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domingo, 4 de enero de 2009

HISTORIA DE LA EDUCACION II

También el pedagogo belga Ovidio Decroly (1871-1932) comenzó actuando en el campo de la psiquiatría. Tras una fructífera experiencia en la educación de anormales, fundó su celebre Ecole de l'Ermitage para niños normales a los que aplicó con éxito métodos parecidos. La pedagogía actual debe a Decroly dos innovaciones importantes: la introducción de los Centros de Interés, en torno a los cuales se organiza la actividad escolar del niño y la asimilación gradual de los conocimientos; y la idea de la globalización o proceso de avance del todo a las partes, que en determinadas enseñanzas, por ejemplo en la de la lectura, ha revolucionado la práctica imperante.

La Escuela Activa se ha enfrentado asimismo a la escuela herbatiana, a la que ha acusado excesivo intelectualismo, degenerando en verbalismo. Para remedio le opone el trabajo escolar. En este sentido resultaron paradigmáticas las reformas emprendidas por Jorge Kerschensteiner (1854-1932), primero en la ciudad de Munich, donde reorganizó la enseñanza primaria y las enseñanzas profesionales, y más adelante en la propia Universidad, en la que introdujo métodos nuevos para la enseñanza de las ciencias.

En su juventud, Kerschensteiner tuvo que aprender la química y la historia natural puramente sobre los libros, en su reforma corrigió este defecto con una valoración pedagógica del trabajo escolar. Introdujo la práctica de las excursiones al campo, de las colecciones botánicas y zoológicas de los experimentos sencillos de laboratorio, etc., con los que logró despertar el interés de los alumnos por el aprendizaje de las ciencias. Sobre bases analógicas fue renovada la enseñanza profesional y la universitaria.

Una orientación similar ha tomado la escuela para la vida propugnada por el filósofo norteamericano John Dewey (1859-1952), quien con el lema aprender haciendo", se propone eliminar la artificialidad de la labor escolar, estableciendo una continuidad entre la vida real y la escuela. Cada alumno se planteará en la escuela sus propios problemas personales y excogitará los medios para su solución con independencia de los demás alumnos. El maestro le ayudará a desplegar sus iniciativas y le brindará oportunamente los conocimientos indispensables. La escuela llenará entonces su misión de formar a los futuros ciudadanos, preparándolos para triunfar en la vida del trabajo y para la cooperación social.

Otra iniciativa norteamericana de orientación parecida se debe a la educadora Elena Parkhurts (nacida en 1889) autora del Plan Dalton (véase Dalton "Plan", que es el nombre de la cuidad donde fue ensayado. Fracciona la escuela en compartimientos
"laboratorios" dedicados a una sola materia (Geografía, Historia, Literatura, etc.) y a cargo de un profesor especializado. Cada alumno ha de aprender una parte del programa en un comportamiento, otra parte en otro, etc., bajo el guía y el consejo del profesor respectivo; de la intensidad de su trabajo y del aprovechamiento del tiempo depende el adelanto o el retraso en pasar a la clase siguiente y su permanencia en la escuela.

El Plan Dalton es muy apropiado para alumnos ya mayores, en los que favorece el trabajo individual. Ha obtenido éxitos resonantes en los Estados Unidos e Inglaterra y en los países bajo influencia de la cultural inglesa. El sistema de Winnetka, ensayado en Chicago, lleva el principio no individualización a sus extremas consecuencias.

La pedagogía católica. La secularización de la enseñanza, que por influjo de Francia triunfó poco a poco en los demás países europeos, incluso en los que habían quedado indemnes de la Reforma, creó a la Iglesia católica serias preocupaciones por la formación religiosa y moral de la juventud. Estas preocupaciones se tradujeron en un apoyo a las comunidades religiosas docentes que ya existían y a otras nuevas que surgieron para satisfacer anhelos sociales precisos. La creación más original fue la de los talleres para jóvenes obreros que San Juan Bosco (1815-1888) estableció a cargo de la comunidad salesiana fundada por él en las instituciones salesianas la formación religiosa intelectual y moral se desenvuelve a la par del aprendizaje profesional.

Durante el siglo XIX y principios del XX ha brillado, además, una serie de pedagogos católicos que han ejercido positiva influencia en la marcha de la educación. Citaremos rápidamente los más importantes: el franciscano P. Juan Girard fue el primer sacerdote católico a quien el gobierno suizo llamó para intervenir en la organización de la enseñanza en las escuelas públicas; le comisionó con otros dos pedagogos para visitar a Pestalozzi en Yverdon y emitir informe sobre la conveniencia de extender a todo el país los métodos pestalozzianos. Rigió más tarde, las escuelas de la municipalidad de Friburgo. Su reivindicación de la enseñanza de la lengua ha quedado como modélica.

El pedagogo francés Jacotot ensayó con éxito en Lovaina nuevos métodos sobre todo en el aprendizaje de la lengua; apelaba al trabajo personal del alumno, del que obtenía la solidez y la cohesión de los conocimientos. Contemporáneamente, Mons. Félix Dupanloup (1802-1878) renovó en Francia la enseñanza del catecismo y la educación católica en todos sus grados.

Desde su cátedra en la Universidad de Praga, el pedagogo austriaco Otto Willmann (1839-1921) orientó la educación católica de su país procurando infiltrar en la enseñanza la tradición de las letras clásicas. El cardenal Newman en Inglaterra y Monteñor Spalding en los Estados Unidos en sus respectivos países a través de las instituciones de enseñanza que fundaron o rigieron. En Bélgica, el cardenal Desiderio Mercier, siguiendo las inspiraciones del pontífice León XIII, creó la Universidad Católica de Lovaina con el espíritu de modernidad y un afán de participar en la investigación científica y en el progreso del saber que le han permitido elevarse a gran altura.

El hecho más saliente de la pedagogía católica en el siglo XX ha sido la publicación, por el Papa Pío XI, de la encíclica Divini illius Magistri ( 31 de diciembre de 1929), que codifica la doctrina de la Iglesia en materia de educación. Recuerda los derechos de la familia y de la Iglesia en este campo, y precisa los del Estado, reduciéndolos a sus justos límites. Plasmando en éste todos los objetivos, fines y medios de la educación cristiana.

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